“Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda.”
Juan 5:8
Jesús mira tu necesidad
El estanque de Betesda era uno de los tantos cercanos al templo, en los que solían purificarse quienes ofrecían sacrificios a Dios.
En especial, este estanque atesoraba la tradición de que, cada vez que las aguas se agitaban, por la acción de un ángel, según se creía, el primero que llegase recibiría la sanidad de sus dolencias. El significado del nombre del estanque sugería lo que Dios podía hacer: Casa de Misericordia. Las expectativas de los enfermos de allí era la de alcanzar la misericordia a través de su salud restaurada.
Cinco arcadas rodeaban esta piscina, y de allí hacia el centro, decenas de personas se hallaban atentas al mínimo agitar de las aguas, para abalanzarse hacia ellas. Sin embargo, bajo una de las arcadas, para resguardarse del sol, que a ciertas horas se mostraba calcinante, yacía un imposibilitado de sus miembros, esperando la hora de su milagro.
Jesús ingresó al predio, no porque necesitase recibir alguna sanidad, sino porque deseaba realizarla. Allí estaba el pobre hombre, casi sin esperanzas de alcanzar la misericordia, porque carecía del medio para llegar al agua. Cuando Jesús preguntó al enfermo si quería ser sanado, éste le respondió a manera de excusa, que nunca llegaba a tiempo. Pero el Maestro le ordenó levantarse y tomar su camilla. Que el lisiado pudiese hacerlo significaba que el milagro había ocurrido.
En aquel lugar, lleno de gente, cada uno sentía la peor de las soledades. Nadie podía mirar al de al lado, todos estaban atentos al movimiento de las aguas para dispararse hacia ellas, cada individuo se hallaba demasiado ocupado en sí mismo y su milagro, nadie tenía tiempo para el prójimo. El hombre postrado dijo con honestidad que no tenía a ninguno que lo cargase y tirase el agua.
En el mundo en el que vivimos los actos de altruismo son celebrados y resaltados. No sobran las personas que dejan sus necesidades de lado para satisfacer las de otros. Podemos dar una mano al prójimo, pero sin descuidar nuestro bienestar. Tal condición suele confinarnos a un aislamiento que aumenta nuestro sufrimiento cuando nos hallamos frente a algún problema.
Asimismo, las diferencias que tenemos entre unos y otros, ponen en relieve que todos tenemos ventajas en algunos aspectos y desventajas en otros. Para alcanzar algún bien, suele ocurrirnos que vemos a los demás con mayores condiciones o méritos que nosotros para recibirlo. A veces llamamos mala suerte al conjunto de situaciones que benefician a otros en lugar de nosotros.
La buena noticia es que Jesús no presta tanta atención a los aventajados, sino que se fija en los imposibilitados. Otros podían llegar a la orilla, pero el paralítico no podía ir a ningún lado por sus propios medios. Sin embargo, Jesús fue a donde él estaba. Allí lo sanó y más tarde lo fue a buscar al templo para darle un consejo.
No importa lo solos que estemos o nos sintamos. No importa la mala suerte que creamos tener. No importa que los demás tengan mayores condiciones para recibir un bien determinado. No importa que en el reparto nos quedemos sin nada. Tampoco importa que cada uno se fije en lo propio y nadie tenga tiempo para nosotros. Allí cerca está Jesús que nos ama. Jesús mira a los que tienen necesidad. Jesús se preocupa por nuestro bienestar. Jesús quiere que hablemos con él y disfrutemos su compañía. Jesús desea que vivamos cerca de él por toda la eternidad.
Pastor Edgardo Muñoz.